El accidente aéreo de la Alcazaba en Sierra Nevada
«Vi a lo lejos la cara de un niño entre dos rocas. Me acerqué y comprobé que no había cuerpo, ni cráneo, ni masa encefálica. Nada, solo la cara». Antonio Maldonado Maldonado recuerda con nitidez la escena, a pesar de que han pasado más de 50 años. Es una imagen que le ha perseguido durante toda la vida. El rostro del niño pertenecía a una de las ochenta víctimas que había registrado el accidente del avión estrellado en Sierra Nevada.
Aquel día recogió en un saco brazos, piernas y trozos de carne que ni sabía a la parte del cuerpo a la que pertenecía. Era muy fuerte. Sin duda lo más fuerte que le ha pasado en su vida. Ahora, con 72 años, echa su memoria a rodar delante del periodista y rememora lo que vivió aquel día.
Él era entonces cabo en la base Aérea de Armilla. En la mañana del tres de octubre de 1964, recibió una llamada de su superior. Debía presentarse inmediatamente en su despacho para llevar a cabo una importante misión. A Antonio le extrañó que lo llamaran a él porque era un simple cabo, pero es que era sábado y casi todos los oficiales estaban de libranza. Antonio oyó lo que quería su superior con una lombriz de inquietud agarrada a su garganta.
En el mar o en la sierra
Resulta que un DC-6 procedente de París que se había perdido en su ruta hacia Mauritania y que en un principio se creyó que había desaparecido en el mar Mediterráneo, en realidad se había estrellado en Sierra Nevada, en el macizo de La Alcazaba, a 15 kilómetros, por un penoso sendero siempre cuesta arriba, de Trevélez.
«Mi misión era recoger los cadáveres del avión y sus pertenencias para luego poder identificarlos. Fuimos hasta allí unos veinte soldados en un jeep y en una camioneta. Recuerdo que tardamos mucho porque desde Soportújar hasta Trevélez no había carretera asfaltada», rememora Antonio Maldonado. Pero la historia de la tragedia, que en Granada se conoció como la de ‘el avión de los franceses’, había comenzado casi treinta horas antes.
Granada pasaba por una prolongación del llamado ‘veranillo del membrillo’. En la madrugada del dos de octubre se había perdido la pista de un avión que había salido de París en dirección a Port Etienne, en Mauritania. Iban ochenta pasajeros, cinco de ellos pertenecían a la tripulación. En un momento determinado se perdió el contacto con él. Radio París dijo en un primer momento que el avión había caído en el mar Mediterráneo, a 45 millas de Mazarrón. Al parecer, un petrolero inglés había recogido unos restos del avión y unos supervivientes. «Cae al Mediterráneo un avión francés con ochenta pasajero», fue el titular de los periódicos a la mañana siguiente.
Un pastor y un sargento
Pero el avión no había caído en el mar. Lo vieron estrellarse en la sierra granadina un pastor de Laujar y un sargento de la guardia civil de Berja, que informó a sus superiores que había visto la caída de un objeto envuelto en llamas cerca del Veleta.
Fueron momentos de confusión. A pesar de que la tesis oficial era la caída en el mar, un grupo de cinco voluntarios movilizados por la Guardia Civil, partió desde Trevélez para buscar los posibles restos del avión. A eso de las siete de la mañana del día tres, una pareja formada por un guardia civil y un vecino de Trevélez llamado Fermín González, «atisbaron una mancha negra cerca de la cumbre de la Alcazaba. Se dirigieron a ella y, tras llegar al lugar, encontraron los restos del cuatrimotor: ningún signo de vida, solo desolación», explica Michel Lozares en su libro sobre los accidentes aéreos ocurridos en Sierra Nevada.
Enseguida se dio a conocer la noticia. Este periódico, al día siguiente, el cuatro de octubre, titulaba así: «En Sierra Nevada y no en el mar se estrelló el avión francés desaparecido anteayer». En él, mediante la crónica de Enrique Valenzuela y las fotos de Torres Molina, los lectores pudieron darse cuenta de la magnitud de la tragedia. Se decía que el avión se había estrellado en el abrupto e inaccesible paraje del Goterón, a más de tres mil metros de altura, lo que hacía extremadamente difícil el rescate.
Fue entonces cuando fue enviado al lugar el cabo Antonio Maldonado con veinte soldados y el forense capitán Tallón. «Llegamos a Trevélez a media tarde. Cogimos provisiones y sobre todo chocolate, pues es muy bueno para combatir el mal de altura. Nos prestaron mulos y burros y salimos hacia el lugar del accidente a las cinco de la mañana. Con nosotros venían algunos pastores y vecinos que sabían llegar al Goterón.
Fue una subida muy penosa. De pronto vimos una rueda del avión empotrada entre dos piedras en una barranquera. Creíamos que estábamos cerca pero no, aún nos quedaba más de una hora. Seguimos subiendo hasta que vimos en una explanada la enorme mancha negra, como si se hubiera derramado alquitrán. El olor a carne asada era insoportable».
A partir de ahí los enviados a la montaña necesitaron hacer de tripas corazón para realizar su labor. Tenían que meter en un tipo de sacos los restos humanos esparcidos en un radio de más de doscientos metros y en otro tipo de sacos las pertenencias para lograr identificar a los cadáveres. Al final solo se pudieron identificar a cinco personas. «Llevamos las bolsas con restos humanos a la iglesia de Trevélez, donde esperaban los ataúdes».
Pillaje y heroísmo
Antonio lleva prendida en su alma el recuerdo de aquella jornada, que la considera la más triste de su vida. «Es curioso, pero el hombre es capaz de las demostraciones más altas de heroísmo y a la vez de las más bajas vilezas. Lo digo porque alguna gente de la que subió se dedicó al pillaje y a quedarse con las pertenencias de las víctimas. Ese día y los siguientes.
No soy para juzgar aquello y más pensando en que muchas de aquellas personas tenían necesidades. En fin. », dice Antonio Maldonado, que al dejar el Ejército se hizo comercial y actualmente es el responsable del Banco de Alimentos en Motril.
Como anécdota recuerda que encontró un paquete con varios cartones de tabaco que, al ser un material sin valor, lo repartió entre los vecinos de Trevélez. «De todas maneras, si usted va escribir sobre esto me gustaría que destacara la labor del cabo de la Guardia Civil de ese pueblo. No he vuelto a saber de él, pero aquel día se portó con una profesionalidad increíble», dice Antonio.
La mayoría de las víctimas de este accidente recibieron sepultura en una fosa común en el cementerio granadino de San José y nueve meses más tarde se inauguró un mausoleo que existe actualmente en dicho camposanto. Veinticuatro de las víctimas eran niños.
«Hubo quién dijo que se había encontrado un cofre con oro y que se había perdido, pero eso son leyendas urbanas. El único oro que iba en el avión era el que llevaban las víctimas», explica Javier Garzón, un investigador al que desde siempre le ha apasionado esta historia, a la cual le ha dedicado mucho tiempo con el fin de escribir una novela.
«Tengo 47 años y, por lo tanto, no había nacido cuando sucedió el accidente. Pero mi padre me hablaba de él. Me contaba cosas y llegué a apasionarme por el tema. Un día, cuando decidí escribir sobre él, me acerqué al cementerio en donde están enterradas las víctimas a pedirles permiso. Desde entonces recabo datos sobre esta historia. Hay que tener en cuenta que hasta entonces había sido el mayor accidente aéreo ocurrido en España».
Javier dice que la mayoría de los viajeros eran trabajadores de una mina de hierro de Mauritania que habían pasado unos días de vacaciones en su país y volvían a sus trabajos.
También iba en el avión el ingeniero español Julián Bielsa, ingeniero aeronáutico y exiliado, que era el director general de Aviación Civil de Mauritania. Y la condesa Marguerite Marie Trouve, que iba con sus tres hijas. Tal vez el caso más dramático era el de una mujer, Denise Patin, que viajaba con sus tres nietos de corta edad.
Andres Cardenas.
En cuanto a las causas, aún hoy no están aclaradas del todo. «Por entonces los aviones no llevaban ‘caja negra’. Había unos registradores de vuelo pero que no aclararon definitivamente el porqué del impacto. Yo estoy convencido de que se cambió el plan de vuelo y no contaron con que había una montaña de más de tres mil metros de altura».
«Yo creo que a todo el pasaje le pilló durmiendo y nadie, ni incluso el comandante del DC-6, se dio cuenta. El impacto fue tremendo. El avión se desintegró casi por completo. La hora del accidente se cree que fue a las cinco y media de la madrugada porque los relojes de varios pasajeros se habían detenido a esa hora», termina Javier.
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