Maurice Herzog, conquistador del Annapurna, ha fallecido

El 13 de diciembre, fallecía a las 9 de la noche Maurice Herzog. Llevaba una semana en cama y murió mientras dormía. Sencillamente murió de viejo a los 93 años. Las honras fúnebres tendrán lugar el martes en los Inválidos de París y posteriormente será enterrado en Chamonix, entre tantos alpinistas célebres como él.

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Maurice Herzog, después de combatir en la Segunda Guerra Mundial contra el ejército nazi en los grupos de montaña de la Resistencia francesa, triunfó en el combate más grande de su vida: la escalada del primer ochomil. En 1950, después de inspeccionar y no averiguar cómo ascender al Dhaulagiri, el grupo se encaminó al Annapurna y lo escaló en solo diez días. Fue una gran ascensión que a él y su compañero en la cima, Louis Lachenal,  acarreó graves consecuencias inmediatas en forma de congelaciones muy severas. Con los años, en torno al 50 aniversario, se hizo pública la versión oculta de Lachenal y surgieron algunas polémicas revisiones de la verdad oficial –aunque en ningún caso de la envergadura de la primera ascensión italiana al K2 que terminó desmintiendo la versión oficial–, en las que se ponía en duda el papel de cada uno, así como el espíritu de hermandad y consenso que transmite su famoso libro Annapurna, primer ochomil. Fue en todo caso una expedición histórica en la que también tomaron parte Gaston Rebuffat, Lionel Terray, Jean Couzy y Marcel Schatz como alpinistas. Herzog era el último superviviente.

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Después del Annapurna, tuvo que dejar de practicar alpinismo debido a la gravedad de sus congelaciones. Procedente de una clase social alta, Charles de Gaulle le encomendó diferentes cargos como el de secretario de estado de Cultura y Deportes. Entre 1968 y 1977 fue alcalde de Chamonix.

Entre sus obras destaca Annapurna, primer ochomil. También fue coordinador de la Enciclopedia de la montaña francesa.

 

Los Annapurnas de Maurice Herzog (entrevista publicada en Desnivel 295)

¿Por qué el Annapurna?

Fui esencialmente yo quien tomó esa decisión. Nos encontrábamos en el valle de Tukucha y divisábamos dos ochomiles, el Dhaulagiri y el Annapurna, y me pareció que el Annapurna era más accesible.

¿Qué recuerdos conserva de aquella ascensión?

Cuando alcancé la cima tuve la impresión de que entraba en otro mundo y que mi vida iba a cambiar. Fue lo que, más tarde, ocurrió. El paisaje que observaba era magnífico y estaba extasiado; me hubiera quedado más tiempo y fue necesario que Lachenal insistiera mucho en que era hora de bajar.

¿Era consciente de que estaba escalando uno de los ochomiles más peligrosos del Himalaya?

No, no lo sabía. Teníamos conciencia de la existencia de un peligro permanente y tomábamos las precauciones necesarias, pero no sabíamos si el Annapurna era la montaña más peligrosa o no, sencillamente porque nadie conocía el resto de ochomiles.

Hubo un momento de tensión cuando usted decide coronar la cumbre en contra de la opinión de Lachenal.

Louis Lachenal, incluso antes de la ascensión propiamente dicha, quería regresar y yo le espeté que si fuera necesario iría solo a la cumbre. En ese momento, la respuesta de Lachenal fue: “Si tú subes, yo te sigo”. Una vez en la cima, Lachenal insistía para que bajáramos y como vio que yo no tenía ninguna prisa, decidió bajar sin esperarme. Mientras, yo seguía subyugado por el paisaje.

¿A qué obedece esa obsesión por alcanzar la cumbre: era un reto deportivo o una cuestión patriótica?

Era una fuerza interior. Entonces me parecía que ser el primer hombre en coronar una cumbre de ocho mil metros era algo importante. Siempre había sentido una gran atracción por el Himalaya, incluso desde muy pequeño, pero no sabía dónde ir una vez en la cordillera. Pasé la infancia y la adolescencia en Chamonix, donde las montañas también abundan y ascendí muchas de ellas. Fue después, tras consultar la cartografía, cuando me pareció interesante la opción de penetrar en ese Himalaya de mis sueños remontando el valle del Kali Kandaki, río que va prácticamente hasta la frontera. Consideré que el Annapurna era una cumbre que entraba dentro de nuestras posibilidades. Además, un ochomil en el Himalaya era como otra dimensión y, además, sería el primer ser humano en hacerlo.

¿No existía entonces ningún componente patriótico?

Estaba contento de que fuera una expedición francesa la primera en coronar un ochomil, pero no fue esa la razón por la que subí.

¿Por qué no subieron los sherpas a la cumbre?

Por respeto a sus dioses, porque tenían un poco de miedo y porque pensaban que los franceses estábamos locos. Sólo uno de ellos llegó hasta al campo V. No obstante, siempre les consideramos nuestros compañeros y las relaciones eran excelentes. Contrariamente a las expediciones inglesas, no les tratábamos como personal de servicio. Acampaban con nosotros y llevaban el mismo equipo que el nuestro pues se lo habíamos facilitado. Cuando vuelvo allá, todos los sherpas han oído hablar de mí y me respetan.

Cuando decide coronar la cima ¿hasta qué punto es consciente de los peligros que entraña y de que va a perder los dedos?

Fue al bajar cuando sentí que tenía las manos congeladas pero de todas formas, mi objetivo era coronar ese ochomil costase lo que costase. Había soñado con el Himalaya durante toda mi infancia y éramos conscientes de que corríamos riesgos, pero para mí, lo más importante era realizar ese sueño.

¿Qué ocurre en la cima entre Lachenal y usted?

Al cabo de unos minutos de permanecer en la cumbre Lachenal quería bajar, incluso dejándome solo. No me importaba demasiado pues técnicamente teníamos el mismo nivel y bajé en buenas condiciones durante unos cuantos minutos.

De esta ascensión se muestra casi siempre la misma fotografía suya alzando con las manos una pequeña bandera, ¿no se hicieron más fotografías?

En la cumbre, Lachenal me hizo unas cuantas fotos; entonces era normal hacer fotos del jefe de la expedición, y yo también le hice unas cuantas. Pero no sé por qué motivo esas fotos se perdieron, probablemente, en la tormenta que vino después.

Hay incluso algunas personas que llegan a dudar de la ascensión por el hecho de no ver más fotos.

Cuando llegué a la cumbre era un hombre colmado. Ne me cansaba de contemplar las montañas del Himalaya; era algo incomparable. También había una piedra, casi en la cumbre, en la que me apoyé. Cincuenta años más tarde, Juanito Oiarzábal ascendió el Annapurna y vio la misma piedra.

Hemos comprendido su motivación para subir este pico, pero ¿qué impulsaba a Lachenal a hacer lo mismo?

Él era un profesional que pensaba estar siempre por encima de los demás, pero se dio cuenta de que en aquellos momentos yo estaba en una forma que era incluso mejor que la suya. Y cuando quiso bajar yo le dije que esperara un poco, que me dejara disfrutar de aquel momento extraordinario. Bajé cuando lo creí conveniente y encontré a Lachenal en una grieta a unos doscientos o trescientos metros de la cumbre. Lachenal era un guía y una vez que había hecho cumbre su misión había acabado, pero mi caso era diferente, pues presentía que a partir de ese momento mi vida iba a ser diferente.

El descenso de la cumbre puede considerarse el primer caso de un equipo solidario donde Terray desempeña un papel esencial.

El descenso fue muy difícil, pero sabíamos que no solo iba a ser difícil sino, también, muy peligroso. Cuando llegué a la altura de Lachenal vi que estaba intentando salir de una grieta y le ayudé. Más tarde, en el camino de regreso, Lionel Terray se ocupó de mí con gran cariño. Cada vez que el médico de la expedición me ponía una inyección con aquellas agujas de 20 centímetros de longitud, él me sujetaba con sus brazos y me apretaba contra él mientras la aguja se hundía en mi carne. A partir de entonces le consideré como mi hermano.

Lionel Terray fue unos años más tarde uno de los mejores alpinistas, ¿qué recuerdos conserva de él?

Era un hombre extraordinario y de una gran generosidad pero nadie lo sabía porque también era una persona muy discreta. Yo creo que en cierto modo me salvó la vida pues no sé si yo hubiera podido soportar sin su ayuda afectiva todos los sufrimientos que afronté. Con Lachenal, en cambio, mantenía buenas relaciones pero nunca fuimos amigos íntimos como con Terray.

También estuvo relacionado con Gaston Rébuffat.

Efectivamente, pero siempre consideré a Rébuffat como un extranjero. Era un buen compañero de expedición pero siempre se mostraba distante. Por su carácter, cualquiera diría que había nacido en un país nórdico y no en una ciudad tan mediterránea como Marsella.

No deja de ser sorprendente que en aquella expedición usted, que no era un profesional de la montaña, fuese quien alcanzara la cima.

Es cierto, yo no era guía como ellos, pero si mi nombre está asociado al Annapurna es porque, además de coronar la cima con Lachenal y haberme fotografiado desplegando la bandera de mi país, los medios de comunicación retuvieron esencialmente mi nombre porque era el jefe de la expedición. Aunque apenas se recuerda, yo fui también quien decidió el emplazamiento de los campamentos.

¿Influyó de alguna manera su pasado como jefe de un grupo de la Resistencia para ser después jefe de la expedición?

Entré en un grupo de la Resistencia que se llamaba Francotiradores y Partisanos, la mayoría de ellos comunistas, aunque yo no lo era. Pero las relaciones eran buenísimas y todos me respetaban gracias a mis conocimientos técnicos. Creo que era un buen líder pues estaba al mando de un grupo de 250 individuos, 249 de los cuales eran comunistas y me obedecían a mí que no lo era. Esta experiencia demostró mi capacidad de liderazgo. Celebrábamos reuniones que llamábamos “consejos de guerra” cuyo objetivo era doble: motivar al grupo y tomar decisiones. Todos nos escuchábamos y respetábamos mutuamente, aunque finalmente era yo quien tomaba decisiones.

¿Y de qué manera organizó el equipo del Annapurna?

Suele hablarse de expediciones pesadas y ligeras y, precisamente, yo había apostado por una expedición ligera y rápida. Creo que fue una decisión acertada, pues no me imaginaba pasando varios meses en el Himalaya al mando de una expedición pesada para escalar una montaña a la que quizá no hubiéramos podido subir nunca. Fue lo que ocurrió en el Hidden Peak con la expedición Cigogne.

¿Ha pagado un precio demasiado alto por vencer el Annapurna?

Es cierto que el precio fue elevado pues me amputaron los dedos de las manos y de los pies, pero finalmente me las arreglo muy bien. Fui muy feliz haciendo lo que hice y mi vida cambió para siempre.

¿Es consciente de que ahora, sesenta años después de aquella ascensión, se ha convertido en un mito?

Me di cuenta de ello con el éxito del libro Annapurna, primer ochomil, pues se vendieron veinte millones de ejemplares y tuvo un éxito considerable en Estados Unidos.

¿A qué alpinistas de aquella época admira?

A Lionel Terray.

Aquella ascensión fue muy importante para Francia, ¿era lo que el país necesitaba en aquel momento?

Es cierto que Francia salía de una guerra que había supuesto muchos sufrimientos. Después de la derrota militar vino la Liberación, pero gracias a los americanos. Me parece que la conquista del Annapurna por un equipo francés supuso, efectivamente, una especie de revancha y una esperanza para el futuro. Yo no lo supe hasta mi regreso, pero toda Francia estaba pendiente de la conquista del Annapurna.

¿Fue fácil escribir el libro que le hizo tan famoso?

A mi regreso fui hospitalizado y como no podía escribir, tenía una secretaria, Nicole, a quien dictaba nuestra aventura durante dos horas al día. Aunque no lo parezca, el proceso fue muy sencillo pues cuando se siente pasión nada es difícil. En Estados Unidos, el libro de la conquista del Annapurna se vendió más que la Biblia, fue traducido a setenta idiomas y vendidos veinte millones de ejemplares en todo el mundo.

¿Cómo puede explicarse el éxito mundial de lo que a fin de cuentas es una aventura personal?

Yo tampoco me lo puedo explicar, a menos que en el fondo, la historia que en él se cuenta tenga un valor universal.

La última frase del libro dice que “hay otros Annapurnas en la vida de los hombres”. ¿Fue fácil el tránsito a los demás Annapurnas, es decir, a la vida real?

Las experiencias que viví después como ministro o como director de grandes empresas fueron para mí como una especie de milagro permanente, pues ni siquiera imaginaba el destino que iba a tener. Me convertí en una especie de héroe nacional e incluso internacional. El presidente de la República de la época, el general De Gaulle, se dio cuenta de que mi aventura no era una aventura ordinaria y que me habían empujado unos ideales que él mismo compartía. El General, que había huido a Londres para continuar la guerra, conocía mi participación en la Resistencia y supongo que era una gran satisfacción para él nombrarme ministro de Juventud y Deporte.

¿Puede decirse que conoció bien a De Gaulle?

Era una persona extraordinaria, bondadosa, que admiraba el valor, incluido el mío, pero la gente no llegó a conocer estos aspectos de su personalidad y tenía muy mala prensa.

Hay un debate en Francia sobre los escritos de Lachenal sobre la ascensión al Annapurna.

(Habla Catherine) No queremos hablar de eso porque no es verdad y entrar en el debate sería reconocer la existencia de algo que no existe. Los periodistas franceses no siguieron hablando de ello porque no era cierto y no vamos a molestar a Maurice con ello. Maurice no tiene ningún problema con Lachenal y nunca lo ha tenido. El hijo de Lachenal para vender su libro creó una polémica sobre una base falsa. Maurice respondió a eso hace unos años, cuando era necesario hacerlo y no vamos a hablar de algo que no es verdad.

(Maurice) De hecho, la polémica no duró mucho.

También tuvo ocasión de hablar con Fidel Castro sobre el Che Guevara.

Fidel Castro me consideraba su amigo porque me admiraba. También le gustaba la aventura y no conocía a nadie que hubiera hecho lo que yo. Me habló del Che en unos términos que no eran nada favorables y consideraba que era un hombre que se había aprovechado de la situación.

Ahora que está retirado de la política, ¿cómo ve la Francia actual dentro del mundo con relación a la de los años cincuenta?

Francia no ha experimentado una evolución muy favorable pero podía haber sido peor. A pesar de todo, el país se mantiene entre los grandes del mundo. No se puede pedir más, pero echo en falta figuras de primer orden en el plano internacional. Hay países emergentes como China o la India que siempre he admirado y donde, cada vez que voy, me reciben con mucho afecto y respeto.

¿No cree que esos dos países emergentes precisamente, pueden hacer sombra a una Europa muy centrada en sí misma?

No creo que Europa se cierre tanto, lo que ocurre es que ahora Europa cuenta menos a escala mundial. No obstante la emergencia de otros países no deja de ser preocupante.

¿Qué opinión le merece el himalayismo actual? Este verano, por ejemplo, había decenas de personas que subían al Annapurna ayudándose de cuerdas fijas, de sherpas?

Esta manera de practicar alpinismo no me interesa en absoluto pues ya no es una aventura; sólo es una repetición y no puede hablarse de aventura cuando se repite algo que otro ha hecho. La aventura moderna no es una aventura. Las expediciones actuales intentan llamar la atención, ser célebres, pero apenas lo consiguen porque no hay ninguna razón para ello.

¿Es cierto que renunció al Everest y dejó a John Hunt la vía libre para dirigir la expedición a ese pico?

Hubo una especie de pacto entre nosotros. Yo no quería que los británicos se opusieran a nuestra entrada a Nepal, pues tenían el poder de hacerlo, y a cambio de poder entrar les propuse que me dejaran intentar un primer ochomil, el Annapurna. Si no lo conseguía, les correspondía a ellos intentar el Everest o lo que quisieran. El caso es que a mí, como especialista de la alta montaña, el Everest no me interesaba en absoluto; era una montaña para subir caminando, no escalando.

¿Sabe que todos los alpinistas que quieren hacer los catorce ochomiles dejan el Annapurna para el final?

Sí. El Annapurna es el más peligroso y también el más difícil.

¿Nunca pensaron en utilizar oxígeno?

No, pues yo había imaginado que el cuerpo iba a adaptarse progresivamente a la ausencia de oxígeno. A 8.000 metros había un tercio menos de oxígeno que a nivel del mar pero nos fuimos acostumbrando. Por este motivo el Annapurna se conquistó sin oxígeno.

En el descenso, piensa que va a morir y entonces dice a Terray que le abandone.

Es cierto. Me encontraba tan mal que pensaba en la inminencia de la muerte, pero no quería poner en peligro al resto de la expedición, pues el monzón llegaba y con él empeorarían las condiciones. Entonces dije a Lionel Terray que lo mejor sería continuar sin mí. Terray fue categórico y afirmó que nunca me abandonaría. Se acercó a mí y me cogió del brazo para ayudarme a bajar.

En definitiva, usted es el que más arriesga en aquel momento y hoy es el único superviviente de aquella expedición.

Es muy triste. La muerte que más me impresionó fue la de Terray en 1965. Está enterrado en Chamonix y cuando voy allá, siempre me acerco al cementerio y rezo una oración ante su tumba.

A pesar de haber perdido los dedos de los pies y de las manos, ha llevado una vida muy activa y hasta ha pilotado aviones.

Es cierto que volví a la montaña y subí un par de cumbres para demostrarme a mí mismo que era capaz de hacerlo, pero comprendí que debía cerrar el capítulo del alpinismo. También piloté aviones, 3.000 horas de vuelo, jugué al golf, practiqué la equitación. Suelo decir que la gente sólo suele ver lo que tengo de menos, pero yo sé lo que tengo de más.

¿Cómo era el Maurice de antes de la guerra?

¤ Era el mismo que el Maurice de la posguerra. Al menos eso espero. Pero con más experiencia; la Resistencia fue una experiencia humana muy enriquecedora que me sirvió después en mi vida personal y profesional.

¿Hubo un cambio entre el Maurice que subió al Annapurna y el que bajó?

Las dramáticas aventuras que viví y a las que sobreviví me dejaron una huella muy profunda, pero conservo lo esencial, una fuerza interior enorme que me permite superar todas las dificultades.

En calidad de ex-alcalde de Chamonix, ¿cómo ha visto evolucionar el pueblo?

Cuando fui alcalde impulsé grandes reformas, muchas veces sin el apoyo del resto de concejales y hasta sin el apoyo de ninguno. Sin embargo, una vez que se pusieron en marcha, hubo quienes vinieron a felicitarme habiéndose opuesto anteriormente. Una de estas decisiones fue la creación de un campo de golf. Nadie entonces pensaba que Chamonix podía ser un lugar para practicar este deporte y ahora tiene un éxito indiscutible.

Si pudiera tener a Lionel Terray ante usted, ¿qué le diría?

Que vivir es una gran felicidad y que me hubiera gustado que él hubiera podido vivir también. Le explicaría que era mi hermano, que era extraordinario, que era demasiado discreto y, sobre todo, que estaré enterrado junto a él en el cementerio de Chamonix durante… bastante tiempo.

¿Qué diría a un joven que le pidiera consejo sobre alpinismo o sobre política?

Esencialmente que en la vida es importante tener valor y mucha tenacidad. Ambas cualidades son las que dan sentido a la vida. No hay que olvidarlo nunca.

¿Ha merecido la pena todo lo que ha vivido?

Por supuesto. Estoy muy satisfecho de la vida que he tenido.

Sebastián ÁLVARO  y Darío RODRÍGUEZ

Traducción: Sergio Prieto

Fuente: Desnivel

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