El alpinista andaluz y su compañero Enrique Osiel explican desde Katmandú, donde Lolo se trata de las congelaciones sufridas, cómo vivieron las tensas jornadas del rescate de Juanjo Garra en el Dhaulagiri tras un ataque a cumbre de 12 personas con 3 muertos y 8 rescatados.
Con Garra (izquierda) Lolo y Enrique en el campamento basa antes de la ascensión.
Manuel ‘Lolo’ González vuelve a tratarse de congelaciones en los pies, como le ocurrió hace dos años tras su expedición al Lhotse. En aquel entonces, superó un tremendo vivac a 8.000 metros, por encima del campo 4 de aquella montaña, y fue rescatado y evacuado a Katmandú. Esta vez, en el Dhaulagiri, tuvo que volver a enfrentarse a un vivac por encima de 7.500 metros y, aunque pudo bajar por sus propios medios hasta el campo base, ha vuelto a sufrir congelaciones que deben ser tratadas.
En aquella ocasión llovieron las críticas sobre los montañeros españoles como el propio Lolo, Carlos Pauner o Juanito Oiarzabal por su temeridad en la montaña y su tardía hora de cima. Esta vez, los hechos han sido muy diferentes, aunque hay mucho que reflexionar alrededor de lo que ha ocurrido en el Dhaulagiri durante la primavera de 2013. Manuel González y Enrique Osiel hacen un dibujo inquietante de las circunstancias que han envuelto la “Montaña Blanca” durante este premonzón.
Sí, es cierto que la expedición española ha sufrido en sus carnes el fallecimiento de Juanjo Garra después de un desgraciado accidente a 8.000 metros en el que se produjo una fractura de tibia y peroné, seguido de una épica operación de rescate frustrado. Pero eso no explica por qué un ataque a cumbre de 12 personas bajo unas condiciones meteorológicas perfectas termina con 3 muertos, 8 rescatados y sólo Lolo González (con congelaciones y tras un vivac a 7.500 metros) capaz de regresar por sus propios medios.
Lo más inquietante de todo es el cierto paralelismo que las circunstancias en el Dhaulagiri guardan con las del Kangchenjunga que contaban Carlos Soria y Òscar Cadiach hace unos días, donde cinco personas perdieron la vida después de un tardío ascenso a su cumbre. Poca preparación, nula capacidad de decisión en la montaña y una desmesurada responsabilidad depositada en grandes dosis de oxígeno y el trabajo de sherpas no siempre experimentados, son el cóctel fatal sobre el que se mueve el ochomilismo y que hace expresar a Manuel González: “Es increíble en que se está convirtiendo esto”.
El ataque a cumbre
Manuel González ‘Lolo’ y Juanjo Garra llegaron el martes 21 de mayo al C3 (montado por debajo de 7.300 metros en lugar de los 7.400 metros previstos), donde se reunieron con Keshab Gurung con la intención de atacar la cumbre al día siguiente. Su plan se frustró por un viento demasiado intenso, que les obligó a aplazar un día el intento, hasta el 23 de mayo. Una expedición polaca y la expedición de Amical liderada por Dominik Müller desafiaron el viento pero tuvieron que darse la vuelta sin alcanzar la cima.
En cambio, la expedición india (tres alpinistas y tres sherpas) y la japonesa (una alpinista -Chijuko Kono, 67 años- y dos sherpas), ambas con oxígeno (la japonesa desde el mismo campo base), decidieron seguir a los españoles, a quienes habían tomado “como referencia”, según explica Lolo. Todos ellos salen el día siguiente y Juanjo Garra, Lolo, Keshab y algunos sherpas y gurung de los otros grupos, equipan el primer tramo (de terreno mixto técnico) de la travesía clave, lo más difícil de la ascensión, aunque dejan sin equipar el segundo tramo (de nieve) por falta de cuerdas para fijar.
Keshab Gurung y Juanjo Garra lideraban la línea de doce montañeros en dirección a la cima, ya en el tramo final, donde un corredor conduce hasta la cumbre. Según la narración de Manuel González: “Yo me quedé debajo del corredor que va a la cumbre, hablando por el walkie talkie con Enrique [quien se encontraba en el campo base tras haber abortado la ascensión por no sentirse en condiciones antes del C2] para que nos dijera exactamente cuál era el que llevaba a la cima, porque es un poco confuso. Juanjo y Keshab estaban un poco más adelante, donde hay otro corredor. Pienso que ellos, como ya no nos quedaba más que una cuerda, en lugar de subir por allí (por aquí el corredor tenía dos cornisas), decidieron rodear el corredor por la arista, que era un poco más largo pero un terreno más fácil”.
Reacciones ante el accidente
En ese punto, mientras negociaban una plancha de hielo, Juanjo Garra sufre su fatal resbalón, arrastrando a Keshab, con quien iba encordado, en una caída que consiguen autodetener unos 100 metros más abajo. “En aquel momento, los primeros de la línea eran Keshab y Juanjo, cerca estaban los sherpas de la japonesa, algún indio por en medio y un par de indios detrás de mí. En cuanto ocurrió el accidente, se dieron todos la vuelta y se fueron para abajo. Solamente un sherpa de los indios se quedó un rato conmigo intentando hacer una maniobra con la cuerda para arrastrar a Juanjo hasta la traza… Pero cuando vio que comenzaba a oscurecer, también se fue para abajo y nos quedamos los tres solos”, explica Manuel González.
El andaluz prosigue su relato: “Entonces yo me fui para arriba, crucé hasta donde estaban ellos, Keshab y yo bajamos a Juanjo como un paquete un par de largos y luego ya saqué unas mantas reflectivas que llevaba y le dije: ‘te vamos a inmovilizar aquí, nosotros nos bajamos al campo 3 a buscar una tienda y lo necesario’, para tenerlo allí lo más estable posible… Nos cruzamos una mirada que fue terrorífica, ante la gravedad de la situación en la que se iba a quedar”.
En ese camino de descenso, les cayó la noche encima, y una pequeña nevada dificultó la orientación al cubrir la traza. De repente, Lolo se dio la vuelta y se dio cuenta de que Keshab no le seguía, ya que había regresado al lugar donde se había quedado Juanjo. Él se desorienta y se ve obligado a vivaquear a 7.500 metros.
De camino al C3
Al amanecer del 24 de mayo, después del vivac, Lolo recupera la traza y prosigue el descenso: “Estaba bajando por el buen camino y me encontré al jefe de la expedición de los indios, un hombre mayor, en mitad de la ruta y hecho polvo. Le dije: ‘pero, ¿qué hace aquí? ¿no ve como está? ¡Hay que bajar, pero ya!’ Y él: ‘No, que el sherpa me trae oxígeno’, y me pedía agua, pero yo no tenía. Estaba el hombre ahí sentado y, por lo que se ve, tenía una infección pulmonar de la que lo han salvado de milagro, porque lo enganchó el helicóptero con el cable ese mismo día y lo bajó”.
Lolo González prosiguió su descenso, en el que se cruzó con el sherpa que subía para llevarle el oxígeno al alpinista indio. Más adelante, “cuando iba por unos 7.500 metros o así, vi de lejos a una persona y empecé a pedirle ayuda ‘help me, help me’; remonté la pendiente, llegué hasta su altura y me vi a la japonesa [Chijuko Kono] moribunda, tuve un shock. Cogí el walkie, llamé a Enrique y le dije que la japonesa necesitaba ayuda, y Enrique me dijo ‘Lolo, ¡baja ahora mismo!’… Tuve que hacer de tripas corazón, dejar a la mujer allí completamente ida y seguir bajando, porque mi situación tampoco era como para echarme flores, y esperar allí a que llegara la ayuda. Después, ya cuando pasaron los del rescate, la vieron fallecida”.
Según cuentan Lolo González y Enrique Osiel, la alpinista japonesa era “una señora muy mayor [67 años] que llevaba un sherpa delante que la llevaba amarrada y tirando de ella, y otro detrás casi empujándola. Una señora que la aclimatación que había hecho fue subir al French Pass [paso a 5.355 metros que se encuentra en los alrededores del Dhaulagiri] y darse cuatro vueltas por el glaciar y que salió del campo base con oxígeno. Cuando se le acabó el oxígeno, se le acabó la vida”. Probablemente, la desaparición de uno de sus sherpas [Dawa Sherpa] fue decisiva: “Por lo visto, ese sherpa debía de estar con edema cerebral, porque uno de los indios me comentó que lo había visto por última vez con los crampones en la mano y con la cabeza ida, y que probablemente habría resbalado y se habría caído; el helicóptero lo buscó pero no lo vio”.
Del campo 3 al campo base
Después del episodio con la japonesa, por fin Lolo González llega de nuevo al C3, donde se encuentra a los sherpas de la expedición india y a los dos jóvenes alpinistas de aquella nacionalidad. “Me quedé flipado. Yo me metí en mi tienda y me puse a beber y a descansar. Pensé quedarme a dormir esa noche allí para continuar bajando el día siguiente hasta el C1… De pronto se había convertido en una situación super extraña. Para mí que había cambiado hasta la luz de la montaña”.
“A la mañana siguiente [25 de mayo], cuando ya me preparé y empecé a bajar del C3 al C1, lo primero que hice fue ir otra vez a la tienda de los indios y les dije: ‘aquí estáis muertos, bajaros de aquí ya’. Y a los sherpas les dije lo mismo… Porque me daba la sensación de que iban a quedarse allí otro día…”. Enrique Osiel añade que los alpinistas indios “eran gente inexperta a los que no se veía con soltura ni con fortaleza, una inexperiencia que no tiene sentido: nos los encontramos un día de camino al campo 1 y veías que no sabían ni poner un ocho… era un disparate”.
Finalmente, hicieron caso de su advertencia e iniciaron el descenso en algún momento de esa jornada, para ser evacuados en helicóptero junto a sus sherpas en una zona algo más llana entre el C1 y el C2. Lolo llegó ese día al C1 y finalmente, el 26 de mayo al campo base. Fue el único de los doce (seis sherpas y seis alpinistas) que lo hizo por su propio pie.
Y eso, con unas condiciones meteorológicas perfectas. “Si llega a haber hecho mal tiempo y frío de verdad, el Dhaulagiri hubiera sido una escabechina”, concluye Lolo González.
Fuente: Desnivel